Este cuento filosófico nos muestra como funciona la ley del “dharma” o propósito en la vida y es que tenemos esta experiencia terrenal para cumplir un propósito. Todos tenemos un talento único y una manera única de expresarlo, y, para cada expresión única de ese talento, hay también necesidades únicas. Siempre que se combinan esas necesidades con la expresión creativa de tu don o talento, se crea abundancia y riqueza ilimitada. Te has preguntado, si el dinero no fuera problema y tuvieras todo el tiempo del mundo ¿Qué harías? Si harías lo que haces ahora, entonces vives en propósito, porque tienes pasión por lo que haces y estás expresando tus dones y talentos. Luego preguntante: ¿Cuál es la mejor manera de servir a la humanidad? Contesta esta pregunta y ponla en práctica.
Si al responderte descubres que no estás en propósito, aprende a amar la función que haces ahora mismo (el trabajo que realizas), dando lo mejor de ti, con buena actitud y esto es divirtiéndote, disfrutando tus actividades, haciendo tu mejor esfuerzo, y, como consecuencia, con toda seguridad se abrirán las puertas para que puedas llevar a cabo tu propósito de vida.
En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
-Que tal anciano? La paz sea contigo.
-Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea.
– ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro- contesto el viejo.
– ¿Que siembras aquí, ELIAHU?
-Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
-No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
-Dime, amigo: ¿Cuantos años tienes?
-No sé… sesenta, setenta, ochenta, no se… lo he olvidado… ¿pero eso que importa?
-Mira amigo, las datileras tardan más de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y, sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte…
Cuento extraído del libro 26 Cuentos para pensar de Jorge Bucay
Por Lina Vargas