Este cuento filosófico nos muestra lo obstinado que podemos llegar a ser en la carrera por perseguir nuestros sueños, confundimos perseverancia (Firmeza y constancia en la manera de ser o de obrar) con obstinación (Mantenimiento excesivamente firme de una idea, intención u opinión, generalmente poco acertada, sin tener en cuenta otra posibilidad). Es por lo que, si tienes un sueño, una meta, un objetivo que quieres lograr, pregúntale a la vida si te conviene o no. Y, ¿cómo se hace? ¡Inténtalo! Ponte en marcha, la vida te responderá con un Sí o un No. Pero ¿cómo me responderá? A través de obstáculos. Pero al primer obstáculo, no te rindas. ¡Síguelo intentando! Y, ¿cuántas veces lo intento? Mínimo tres veces, pero no más de siete. Mas de siete es obstinación.
Y algo muy importante… ¡Disfruta el proceso!
Si has emprendido un camino que no estás disfrutando porque crees que al lograr tu sueño vas a disfrutar, estás cometiendo un grave error, es mejor retirarse de ese camino que no te genera bienestar y elige otro, donde te encuentras en amor, plenitud y placer. Porque si al final, no alcanzas tu sueño, habrás disfrutado el camino. ¡Gózate la vida!
Voy andando por un sendero.
Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien.
Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos. Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo… dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras, decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo. Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo… y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado… descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…
Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo.
La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso. Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire… De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.
Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: – ¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?
El niño se encoge de hombros y me contesta: – ¿Por qué me lo preguntas a mí? Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste tú.
Cuento extraído del libro 26 Cuentos para pensar de Jorge Bucay
Por Lina Vargas